1816-2016: conmemoración y oportunidad

1816-2016: conmemoración y oportunidad 

Por Roberto Antonio Punte

El inminente bicentenario de la declaración de la Independencia nos encuentra en medio de una tensa transición, que a la vez nos desafía y nos interroga. ¿Seremos capaces de conservar y enriquecer internamente nuestra convivencia para pacíficamente integrar a nuestras generaciones presentes y preparar una patria acogedora para quienes nos sucedan en la vida común?

 
La grandeza de un país debería medirse más que por su extensión o riqueza material o producto bruto interno, por la fuerza de las voluntades en el éxito de que nadie se sienta marginado o excluido. 

La mayor y mejor patria es aquella que es suficientemente grande para acoger a todos quienes quieran habitar en su suelo. No se trata solo de receptar sino de que cada nuevo habitante por nacimiento o inmigración sea convocado y acepte ejercer una presencia de participación activa en la empresa común. Lograr esto es un trabajo colectivo de gran porte, pero también fuente de mérito, premio y trascendencia en la historia. 

Nuestros gigantes antecesores lo lograron y nosotros debemos también apelar a similares metas que, son, sin duda, obra de políticos y pensadores, o sea de arquitectos sociales, de conductores, pero también humildes y a veces para siempre ignorados artesanos y obreros de lo cotidiano. Cada uno en su sitio puede ser un conductor de su propia vida, de sus propias necesidades, de sus propias soluciones y también participar de la hazaña colectiva de la convivencia feliz. Hoy se percibe una necesidad casi angustiosa por explicaciones y programas que puedan conformar renovados “sentidos comunes” que enmarquen los proyectos individuales y familiares de inserción en el vasto ámbito de las acciones colectivas. 

Victor Frankl dedicó su obra a la necesidad humana de encontrar rumbos o sentidos que vertebren nuestras decisiones, opciones, sueños y esperanzas,conformando una trama sostenedora que ilumine y anime las muchas veces tediosas, monótonas y aparentemente frustrantes minucias de la peripecia cotidiana. Que vertebren el aparentemente inconsistente fluir de los minutos, las horas y los días convirtiéndolos en una aventura convocante, en una fuente de entusiasmo y aún de alegría. Energizantes para sortear paso a paso las dificultades, los obstáculos, las oposiciones y las inevitables frustraciones y decepciones. Para superar las traiciones, los dolores, las claudicaciones y las derrotas. 

Participar de un sentido común colectivo para las acciones personales, es algo que supera el hoy por hoy deslucido concepto del “relato”. No necesitamos una narrativa, necesitamos sentido para poder crear a partir del mismo y dentro del mismo las propias decisiones, ejerciendo la libertad en una dirección marcada general que se sienta común. Los buenos conductores se mantienen en la medida de su respuesta a los inconvenientes, pues gobernar siempre es sortear desafíos, enmendar equivocaciones y generar alternativas, sin que, cuando se ha errado la propuesta, valga echar la culpa a la menor o mayor gravedad o dificultad. Precisamente para evitar los más graves errores en la toma de decisiones, existen los instrumentos institucionales – el debate parlamentario, el seguimiento de la opinión sondeada o publicada – que permiten balancear distintas opiniones y encontrar el mejor ajuste entre las posibles buenas soluciones. 

Debemos asumir nuestra gran dificultad de generar acciones colectivas sostenidas en el tiempo, para, a partir de este defecto, procurar incitar un diálogo reflexivo sobre nuestra convivencia y nuestra necesidad de futuro, abrazando cada nueva perspectiva que nos permita sentir en común que estamos en el buen camino.